Mis primeros años

Mi raiz y mi camino...

Nací en 1958 en una clínica, con médicos de verdad supervisando mi nacimiento. La mayoría de mis hermanos y hermana nacieron con una partera en la zona rural de Durango, México. También tuve la suerte de recibir atención médica y dental profesional de niña. Un verdadero lujo en México.

Nací el 27 de julio, y mi nombre de pila debería haber sido Pantaleón, o cualquiera de estos: Celestino, Natalio, Cucufate, Hermipo, Hermoclates o Hermolao. Era una tradición bien conocida que a los niños y niñas se les diera el nombre de un santo que se celebraba el día de su nacimiento. Por suerte para mí, fue mi cuñada María, esposa de mi hermano Perfecto, quien fue al registro civil de Villa de Guadalupe a anunciar mi nacimiento.

Cuando le preguntaron cuál debía ser mi nombre, eligió Víctor, el santo del día (28 de julio) y así quedó en el registro. También eligió el nombre de mi padre como segundo nombre. Ya sea que eligió a Víctor a propósito o porque no sabía qué santos se celebraban el día 27, seguirá siendo un misterio para siempre...

De niño, crecí jugando con todos los niños y niñas del barrio. En cuanto pude, me uní a mis amigos en los juegos de la época: Encantado, Escondido, Canicas, Béisbol, Fútbol y muchos otros. Recuerdo correr por las calles de tierra, casi siempre descalzo, pero a veces... con zapatos.

Fuí a la primaria Profesor Serafín Peña, a cuatro cuadras de mi casa en la calle Matamoros. Al parecer, era un buen estudiante. Ya desde segundo grado, mis maestros me emparejaban con un estudiante con dificultades. Me convertí en tutor a muy temprana edad. Mi mamá exigía que los niños nos concentráramos en la escuela. Era una expectativa que no debía romperse. Recuerdo un día en que las calles estaban inundadas por la lluvia que había caído la noche anterior. El agua tenía al menos 20, tal vez 25 centímetros de altura. Mi mamá le pidió a nuestro vecino, Rogelio, que me llevara a la escuela en su caballo. Él accedió con gusto, ¡y ese día no falté a la escuela!

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Estaba en séptimo grado (Primero de Secundaria) cuando falleció mi padre. Lo habían ingresado en el hospital por problemas intestinales. Permaneció allí muchos días, quizá un par de semanas... Un dia, cuando egresaba a casa de la biblioteca de la escuela, mi sobrino Fefo (de mi misma edad) me dijo que debía regresar a casa de inmediato. Me apresure a volver a casa con un hueco en el estómago. En cuanto entré, oí a mi madre llorar en una de las habitaciones traseras. Supe entonces que mi padre se había ido.

En las semanas siguientes, me enteré de que mi hermana Benita y mi madre habían acordado que me fuera a vivir con su familia a California, al menos durante el año escolar... "para desconectar del ambiente"... Así fue como, en noviembre de 1970, abordé un avión de American Airlines y varias horas después aterricé en San Francisco. El viaje de regreso a casa de mi hermana duró poco más de dos horas. Recuerdo haber parado en San Rafael, justo al norte de San Francisco en la autopista 101. Fue aquí donde probé mi primera Big Mac con papas fritas y un refresco.